Espiritual y mundano. Místico y pagano. Almico y primario. Iluminación y clímax. Dos vertientes de un mismo río, separadas sólo en nuestra conciencia, alienada tras milenios de culpa religiosa. Y de moralidad sexual.
Sufrimos más por la culpa, que por la real consecuencia de una acción. Nos duele el ego adoctrinado en valores morales, creados en una era, que ya no es nuestra era.
Sufrimos, porque hemos sido manipulados por el cristianismo, para compararnos eternamente con un dios perfecto. De ética, conducta y probidad inalcanzable.
Somos humanos, demasiado humanos. Negarnos, es enterrarnos a nosotros mismos las 10 espadas del tarot. Es decir, auto flagelarnos, y condenarnos a una vida de sufrimiento.
La culpa es la mayor arma de control en la historia de la humanidad.
¿Acaso en las escrituras el Cristo habló de rectitud sexual, castidad, homosexualidad, y matrimonio?. ¿O más bien vino a promover la libertad, la compasión, y el amor incondicional?...
Así nos quería el clero. Como rebaño obediente, dormido, doliente y desgarrado. Mientras, tras es velo religioso, movían los hilos del poder político, social y económico. Mientras las sotanas ocultaban la más perversa degradación humana de la pedofilia.
¿Cómo podrían estar cerca de lo divino, si ni siquiera han conseguido ser humanos?...
Y los fieles, sintiéndonos culpables por el sexo consentido entre adultos conscientes y pensantes...
Mientras el fiel se esforzaba por la austeridad, y la renuncia a los placeres materiales y carnales, el clero se volcó a la ostentación, la ambición y la avaricia…
La humanidad, en consecuencia a la fuerte represión de sus instintos, ha explotado de las peores maneras. Por la permanente negación de su condición humana.
El hombre que se reprima constantemente para mantener el control, caerá de las peores maneras en el descontrol.
La sociedad, en respuesta, se ha desbordado al extremo opuesto. Desatando sus más bajos instintos, y perversiones.
En la conducta despiadada del individuo contemporáneo, tampoco queda bien representado el género humano, en su concepto más ontológico. Lo que nos diferencia de otras especies, es la conciencia. No la culpa.
Mientras la culpa nos reprime, la inconsciencia nos impulsa a actuar, en automático.
Progresivamente hemos de llegar al equilibrio. Pero para aquello, hay que romper las actuales configuraciones mentales y paradigmas culturales.
Como el cangrejo, que se desprende de la rigidez de su vieja caparazón, para adoptar un armazón más acorde a su nueva realidad. O como la vapuleada serpiente, que muda de piel, así la humanidad, dejará caer sus creencias obsoletas.
Pero, para construir lo nuevo, debe morir todo lo viejo...
Arderán fuertemente las actuales estructuras de poder. Para dar origen a una reestructuracion de las jerarquías de los países, que procure a sus ciudadanos mayor justicia y equidad, en la distribución de los recursos. Amplitud de los derechos fundamentales. Y un real compromiso con la tierra. Optando por una economía circular y sustentable.
De las ruinas nacerá la era de la razón. Y este mundo cíclico, volverá a ser humanista.
Momento de abrir la propia jaula, aunque hayamos pasado tanto tiempo en ella, que sintamos que es parte de nosotros, y abandonarla nos duela. Es un truco. Una ilusión. Somos intrínsecamente libres.
¡Nacimos para volar!.

