Hay periodos de sequía. Así transcurría mi vida. Como un mar tranquilo de abulia a todo, y TODOS.
Y de repente, como un verano que llega sin anunciarse. Después de un crudo invierno, frío y tormentoso.
Los cálidos rayos de sol, te despiertan del letargo. Y te hayan empolvado. Revolcado...
Con el pelo revuelto, la barba de tres días. Y ese tufillo amargo de la resaca avinagrada de tu alma solitaria.
Pero no solitaria en paz, apartada en un rincón. Ajena al contacto humano. Corroída por el rencor.
Entonces ese sol imprudente, penetra por las hendijas, alumbrándolo todo.
Y tus ojos, acostumbrados a la penumbra, se encandilan irremediablemente. Haciéndote sentir incómodo. Molesto. Tal vez más agrio…
¿Qué hace entonces un hombre rutinario. Con una vida rutinaria. Cómodo en su desdicha, con ese sol resplandeciente?.
Huye despavorido, a refugiarse tras las murallas, de lo que le es conocido…
Entraste sin tocar la puerta, a mi viejo corazón, y lo inundaste de tí. Te colaste en mis sentidos. En sus latidos, y en mis tierras infértiles.
Y ahora, absurdamente, soy un extraño en mi propia casa…
La fachada imponente, esconde las ruinas de mi ego. Y hasta el café de la mañana, me termina sabiendo a tí.
La cama me queda grande. Incómoda. Interminable. Y termino deambulando, por este espacio que ahora es tuyo.
Sonámbulo y nocturno, esperando el amanecer.
¿Pará qué?.
Para asentarme en mi vida. En mi rutina, en mis murallas. Y si es que fuera posible, pensarte un poco menos…
Por cada patada de desprecio a tu cariño, le entierro un nuevo cuchillo a mi alma fragmentada.
Y cada dardo que te lanzo, de desdén e indiferencia, te regresa más entera, iluminada y renacida.
Llena de vida. Con más ternura. Con más amor… amor… amor…
¿Acaso esto es el amor, o eres una desgracia?. ¿O serás más bien el karma de mis antiguos andares?.
¿Por qué te vas agrandando, mientras yo estoy más hundido. Y no puedo desprenderme, de este sentido de urgencia?
De alejarte y de tenerte, que me tiene consumido. Más flaco, y envejecido. Arrastrando mi desgracia...
Me revuelves el estómago de dulzura y poesía. Y me calientas la sangre, y la mente de lujuria.
Tengo ganas de olvidarte. De no haberte conocido.
De gritarte, hasta que me odies. Y que de una vez, te vayas.
Con tus soles. Tu verano. Con tu amor desperdiciado.
Y me quede más vacío. En mi paz. En mis murallas.


